miércoles, 2 de septiembre de 2015

Los Socavones De Pica




Cuando los españoles vinieron a establecerse en estos lugares, no tuvieron acogida por los indios pequeños, por lo que se trasladaron a Matilla, donde fundaron una población.
Uno de estos pobladores se enamoró de la hija del cacique de Pica, solicitándola a su padre para contraer matrimonio, a lo cual se negó el cacique. Dámaso Morales, que así se llamaba el español, insistió en su petición, obteniendo esta vez mejor resultado, pero con una condición tan difícil como imposible.

Díjole el cacique a Morales que no tendría inconveniente en cederle la mano de su hija, siempre que le hiciera florecer el valle entre Pica y Matilla, lo cual fue para éste más terrible que la simple negativa anterior.

Y Dámaso Morales se puso a construir el primer socavón que se hizo en estos lugares, obtuvo agua, hizo florecer el valle y se casó con la hija del cacique.
Los indios a ciertos hilos de agua los juntaban en unas represas que llamaban cochas, el español siguió esta veta horadando la piedra y la hizo seguir un cauce hasta las cochas que se vieron aumentadas en su caudal, el valle reverdeció y fue una flor en la arena, lo que quiere decir Pica.

La Ciudad de los Césares (zona austral)


Existiría en el sur de Chile, en un lugar de la Cordillera de los Andes que nadie puede precisar, una ciudad encantada, fantástica, de extraordinaria magnificencia. Estaría construida a orillas de un misterioso lago, rodeada de murallas y fosos, entre dos cerros, uno de diamante y otro de oro. Posee suntuosos templos, innumerables avenidas, palacios de gobierno, fortificaciones, torres y puentes levadizos. Las cúpulas de sus torres y los techos de sus casas, lo mismo que el pavimento de la ciudad, son de oro y plata macizos. Una gran cruz de oro corona la torre de la iglesia. La campana que ésta posee es de tales dimensiones, que debajo de ella podrían instalarse cómodamente dos mesas de zapatería con todos sus útiles y herramientas. Si esa campana llegara a tocarse, su tañido se oiría en todo el mundo. Existe también allí un mapuchal (tabacal de la tierra) que no se agota jamás.

Sus habitantes son de alta estatura, blancos y barbados; visten capa y sombrero con pluma, de anchas alas, y usan armas de bruñida plata.


Los habitantes que la pueblan son los mismos que la edificaron hace ya muchos siglos, pues en la Ciudad de los Césares nadie nace ni muere. Nada puede igualar a la felicidad de sus habitantes. Los que allí llegan pierden la memoria de lo que fueron, mientras permanecen en ella, y si un día la dejan, se olvidan de lo que han visto.

No es dado a ningún viajero descubrirla, "aun cuando la ande pisando". Una niebla espesa se interpone siempre entre ella y el viajero, y la corriente de los ríos que la bañan, aleja las embarcaciones que se aproximan demasiado.

Para asegurar mejor el secreto de la ciudad, no se construye allí lanchas, ni buques, ni ninguna clase de embarcación.

Algunas personas aseguran que el día Viernes Santo se puede ver, desde lejos, cómo brillan las cúpulas de sus torres y los techos de sus casas, de oro y plata macizos. Según la leyenda, sólo al fin del mundo se hará visible la fantástica ciudad; se desencantará, por lo cual nadie debe tratar de romper su secreto.

La Flor de la Higuera (de la mitología mapuche)


Cuifí ke che niey kimün (La gente antigua sabe lo siguiente):

Cada 24 de junio, en la noche más larga del  año, a las 00:00 horas en punto aparece una mágica flor en la rama más alta de todas las higueras. Ésta tiene una vida de sólo un minuto y sus poderes son inimaginables, pues es capaz de cumplir los más ocultos deseos de cualquier ser humano.

Para que esto suceda, la persona interesada debe subir a la anünmka (planta) de higuera y cortar la rama florida justo a las 00:00 horas en punto y mantenerla en su mano durante todo el minuto de vida de la flor, repitiendo su deseo en voz alta.

Sin embargo, esto no será tan fácil como parece, pues el wekufe (diablo) enviará distintos obstáculos al participante. Así, mientras trepa por la higuera, el individuo puede encontrarse con un wapo tregua (perro rabioso) del que deberá huir, una dunguy filú (culebra parlante) que intentará confundirlo con sus brujerías o bien un pun ngillüm (pájaro nocturno) que picoteará sus ojos hasta dejarlo pelolái (ciego), entre otras maldiciones. Si el interesado logra superar tales barreras, podrá pedir el deseo que quiera y éste le será cumplido.

Sin embargo, si la flor muere antes de que la persona logre cortarla, este individuo enloquecerá al instante (loconche), pues ese es el castigo para aquellos que han intentado desafiar al diablo. Y de su alma, mejor ni hablar, ya que arderá en el infierno hasta la eternidad. Fente Pui (fin).

Llacolén

(Concepción)
En la Laguna Chica de San Pedro, agua y tierra india, vivía el toqui Galvarino con su hija Llacolén, joven princesa mapuche de belleza indiana. Era de largos cabellos castaños que se los batía el viento cuando corría en medio de la selva o el agua se los distendía al nadar en la laguna. Era hija predilecta del gran toqui y la estirpe estaba latente en su gracia. Era arrogante su andar y su espíritu pronto a estallar.

El gran toqui un día pensó que la hija debía casarse y entró en conversaciones con el cacique Lonco, que tenía soltero a su hijo Millantú, mozo como de bronce y ancho pecho, que se había distinguido por su valor en varias batallas.

Ascendencia y linaje comprometieron a Llacolén y Millantú
. El orgullo y valentía de Llacolén se sintieron heridos por la elección de su padre, ella mandaba su odio y su amor. Le habría gustado ser elegida y no convenida. Pero ella acató la voluntad de su padre. Mientras, el invasor era resistido en lo espeso de las selvas, y el choque se hacía violento entre espadas y mazas. La tierra se teñía de sangre de español e indio. La conquista se hacía recia y el mapuche indomable. Llacolén veía partir a la guerra a los mocetones por lo espeso de la selva. Y en medio del bosque, como siempre, iba a nadar largas horas en la laguna. Allí esperaba y soñaba.

Un día fue vista por un apuesto y gallardo capitán español que a las órdenes de don García Hurtado de Mendoza se encontraba en las nuevas tierras. Vinieron las entrevistas y nació el romance. El amor los empezó a abrasar. Fue un amor que en ambos creció. En Llacolén había surgido el amor anhelado, distinto de aquel impuesto por la voluntad de su padre y la tradición.

Un día en alas del viento llega la noticia de que Galvarino, en singular combate ha caído prisionero y que el Gobernador García Hurtado de Mendoza había ordenado cortarle las manos para atemorizar a los indómitos hijos de Arauco. Dicen que Galvarino soportó serenamente el atroz suplicio y aún más, alargó la cabeza al verdugo para que también le fuese cortada.

Una vez terminado el castigo y puesto en libertad, amenazó a sus victimarios y corrió a juntarse con sus compañeros para excitarlos a la venganza. Estos lejos de escarmentar, al poco tiempo les presentaban batalla a los españoles, bajo el mando de Caupolicán y entre los combatientes se encuentra Galvarino, quien durante la lucha se batió valientemente a pesar de faltarle ambas manos, siendo después ahorcado junto con otros aguerridos en los árboles más altos de un bosque vecino al campo de batalla.

La hermosa Llacolén no supo entonces si amar u odiar a todos los invasores
. La desazón y la duda la invadían. Con su alma atormentada y en la mayor desesperanza, fue a buscar la tranquilidad que le faltaba, en medio de la selva, junto a la laguna. La noche descendía con su oscuridad lentamente, como envolviéndola, como escondiéndola, hurtándola de su tragedia. Y apareció la luna.

La noche y la luna fueron rotas en su silencio de paz, de armonía espiritual. Al galope de su caballo llegó el capitán español, que con palabras de amor y consuelo quería ahuyentar todo pensamiento perturbador de la mente de la joven. Mientras, Millantú, desesperado, buscaba a su prometida. Guiado por el instinto y la selva, penetró en la espesura del bosque y dio con ella.

Los celos y la traición de Llacolén hicieron presa en Millantú, y obligó al capitán a entrar en violenta lucha. La espada y la maza se cruzaron innumerables veces hasta que heridos de muerte, rodaron sobre la hierba los dos cuerpos sin vida. La luna se abre paso a través de la maraña espesa y platea con sus rayos las aguas de la laguna. Trastornada Llacolén busca refugio eterno en las profundas y serenas aguas de la laguna.