Catalina
de los Ríos y Lisperguer, era muy hermosa, alta de ojos verdes y pelo
rojo, como el Quitral, de ahí su apodo Quintrala inventado, según
parece, en los primeros años del siglo XVII, en el seno de una de las
más ricas de chile y emparentada con la alta aristocracia limeña y
santiaguina. Era hija de don Gonzalo de los Ríos y Encio y doña Catalina
Lisperguer y Flores.
En la historia de su vida se mezclan los hechos de la leyenda de modo que hay en ella muchos aspectos dudosos o fantásticos.
Poco se sabe de su educación, pero consta por su testamento que no sabia leer.
Creció
en compañía de su hermana, doña Agueda de los Ríos, quien se caso
tempranamente con un oidor de la audiencia de lima, don Blas de
Altamirano. Su nombre figura en los anales de la criminología colonial.
Al
parecer la abuela y después la madre, homicidas ambas le enseñaron su
oficio. Su abuela, María de Encio, había asesinado a su esposo y era
experta en sortilegios y pactos diabólicos; su madre había sido acusada
de haber intentado envenenar al Gobernador Ribera y de haber muerto con
azotes a una hijastra.
Los
casos de impudicia y feroz liviandad de que la tradición la inculpa son
varios y más o menos espectaculares. Su lascivia y ferocidad no tenia
frenos, por lo que su abuela doña Agueda Flores, que era su tutora,
resolvió casarla a todo trance para ponerla a raya.
Don
Alonso Campo Frío Carvajal fue el elegido por doña Agueda para “esposo y
domador" de su pupila; y a fin de hacerle aceptable el terrible don,
puso una dote monumental; que ascendió a 45.349 pesos. Don Alonso no
poseía bienes ni fortuna y doña Catalina no había encontrado un marido
sino un cómplice.
El
matrimonio que vivía en la hacienda de doña Catalina en La Ligua, tubo
un hijo al que pusieron el nombre de su abuelo, Gonzalo. Pero murió en
la infancia antes de cumplir diez años pese a todos los esfuerzos
científicos, religiosos, mágicos y el conocido pacto diabólico de doña
Catalina.
En
la hacienda de La Ligua, según se cuenta, ocurrían los hechos más
horribles. Durante la vida de su marido, como luego de su muerte,
acaecida hacia 1650.
A
pesar de continuas denuncias, no recibió castigo alguno porque tenia
mucho dinero, siendo prodiga entre jueces y letrados, además de contar
con numerosa parentela en cargos importantes.
Su
crueldad llegó a tal extremo que se produjo una dispersión general
entre los indios de la hacienda de La Ligua, quienes se fugaron en su
mayoría hacia los montes y comarcas vecinas. Aun entonces doña Catalina
consiguió de la Real Audiencia una provisión para recoguerlos.
A
cargo de esta labor puso a un mayordomo llamado Ascencio Erazo. Este
los prendía y los llevaba a la hacienda. Doña Catalina presidía el
castigo acompañada de su sobrino, don Jerónimo de Altamirano.
En
1660, la Real Audiencia, ante la magnitud de los hechos, comisionó a su
receptor de cámara Francisco Millán para que hiciese una investigación.
Esta alejo de su hacienda a doña Catalina, a su mayordomo y a su
sobrino, a fin de que sus víctimas pudieran desahogarse de los crímenes
cometidos por su patrona.
El
comisionado de la Audiencia encontró plenamente comprobados los delitos
cometidos por la encomendadera de La Ligua, por lo que se la apreso y
condujo a Santiago.
Se
inicio así proceso a la que ya había sido una vez acusada de
parricidio, otra de asesinato y ahora por la matanza lenta y cruel de su
servidumbre. El juicio se llevo adelante con mucha lentitud, pues las
relaciones de doña Catalina seguían contando, al igual que su dinero.
En
los últimos años de su existencia encontró un auxiliar poderoso a su
impunidad en el Gobernador de Meneses, quien era ávido del dinero de la
Quintrala.
Doña
Catalina estaba enamorada del padre Pedro Figueroa, que la casó con su
difunto esposo, y este aprovechando la situación conseguía aplacar de
gran forma su instinto asesino y mantenerla por el camino de la fe, pero
no todo fue tranquilo pues ella intento matarlo en venganza por su
matrimonio no deseado.
Doña
Catalina llego a hacer un segundo pacto diabólico para conseguir el
amor del fraile pero este para resistirse a ella se autoflagelaba y al
ver que no seria capaz de resistir decidió huir de su influjo al Perú,
consiguiendo con esto que ella abandonara completamente la fe cristiana y
cometiera un gran atentado en contra de sus indios provocando la famosa
huida de ellos y obligando al padre a reconsiderar su vuelta, pese a
todo él no volvió hasta enterarse de el arresto de Catalina y su
posterior enfermedad, lamentablemente no alcanzó a confesarla para
perdonar sus pecados.
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